Seguramente
por la misma torpeza que preside tantas
otras valoraciones de
nosotros mismos
y del mundo que nos
rodea, casi siempre
nos aproximamos a lo
viviente a través de lo
más concreto, de su propia realidad formal
o de
su ubicación.
Menos
de uno de cada cien
libros o artículos abordan
la descripción de lo natural
desde el cuándo porque prefieren
la densidad, las aproximaciones
desde el qué,
el dónde y el cómo. Nosotros por esta
visión fenológica.
Situaremos el acontecer sin guarismos, sin semanas
ni meses de nuestro país.
Cierto es que usaremos nuestras
modalidades
de
medir el paso del tiempo, pero
sin olvidar que
somos los únicos
que lo hacemos.
Estamos convencidos de que el tiempo es la
segunda piel de todo lo viviente, su atmósfera más cercana,
si acaso más
imprescindible que el aire.