Invierno
Como si se tratara de cualquiera de nosotros,
el invierno
resulta ante todo ambivalente. Hace de sus
titubeos e insinuaciones
una hermosa condición. Mantiene estrecha amistad con las
sorpresas. O al menos consigue enmascarar sus
verdaderas intenciones.
Va y viene al mismo tiempo. Los mejores proyectos se mezclan
con los fracasos, las delicias con las amarguras. Los
menguados días quedan de sobra compensados con los
acrecentados cauces
fluviales. La desnudez de los suelos, con las millonariapajarerías
que a nuestros predios han venido a invernar. Los silencios
de
la mayoría, con algunas de las mejores luces
del año. La niebla o la
nieve, con la escritura de los animales y con
el misterio. La tiritona,
con la amplitud de los panoramas. Estos meses fríos hacen
avanzar y retroceder. Inician y culminan.
Abren el necesario
paréntesis de la humedad en nuestros calendarios. Pero no
sólo llueve sobre los campos: también sobre esa otra tierra fértil que
son las soledades
camperas. Porque es ahora cuando menos otros
encontraremos a la intemperie. Aunque con precaución, a la
Naturaleza hay que
conocerla con inclemencias y en la lejanía de
lo seguro
y masivo.
De la misma forma que hasta
dos docenas de especies vegetales florecen en pleno invierno,
las canciones de la vida tampoco se apagan durante los meses
fríos. Nuestros predios serán elocuentes a la menor ocasión, es
decir cuando el viento y los aguaceros lo permiten. Pero basta
unos mínimos de calma y de sol para que nos acerquemos a un
suficiente repertorio de canciones. Algunas especies llegan
incluso a manifestarse con toda la intensidad que luego alcanza
en primavera su máxima extensión.
Con todo, hay unas pocas especies que inician
ahora su periodo reproductor, caso de los cárabos, los búhos
reales, zorros y tejones. Pero hay bastantes lugares donde la
concentración de vida alcanza a ser mucho mayor que durante los
otros tempos de la natura.
Porque es invierno cuando se formalizan los
dormideros de algunas especies gregarias, pero no menores
resultan manadas y bandadas a tanto la hora de alimentarse como
cuando se desplazan de un lugar a otro.
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Los manantiales ya son elocuentes -
Villuercas
Zepa |
Resultan escasos
los eventos zoológicos que podemos
calificar como espectáculos de gran intensidad.
Pero el invierno acoge unos pocos. A
la cabeza de los mismo sin duda debemos
mencionar a las grandes bandadas de palomas
torcaces. Que varios cientos de miles de aves
de considerable tamaño consigan llenar el cielo
a lo ancho de todos sus horizontes resulta un
desbordamiento. Pero más aún sobrecoge el
ensordecedor aleteo de las aves que se dirigen a
los dormideros
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Las grullas comen en las dehesas
-
Sierra de
Pela - Embalse de García Sola |
Ya contemplamos
como iban llegando a lo largo de la segunda
mitad del otoño las bandadas de grullas. Ahora,
en los meses fríos, la práctica totalidad de la
población europeo-occidental se instala en las
dehesas y praderas. Estas
grandes aves no dejan de lanzar su ronco
trompetazo a lo largo de las horas de sol que
dedican con escasas interrupciones, a comer.
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Una charca concurrida
- Embalse de Valdecañas |
Los aguazales convocan a
decenas de especies de aves que apenas se muestran activas
durante el día. En realidad charcas, lagunas y embalses son más
bien descansaderos, con la excepción de las especies pescadoras,
como el cormorán o los patos buceadores, como el porrón común.
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EL Palomazo -
Parque Natural de Cornalvo |
Resulta
una norma que buena parte de la lluvia anual
riegue las tierras extremeñas durante la última
porción del otoño y todo el invierno. Por eso
los borbollones son ahora uno de los
espectáculos más gratos. No olvidemos que el
murmullo de las aguas y sus elocuentes primeros
tramos nos cantan una de las mejores músicas. La
de renovar nada menos que la fracción que más
necesitamos del ciclo hidrológico.
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