Estas
páginas son una sencilla invitación
a descubrir ese tiempo y ese espacio que nos
permite vivir la Naturaleza: nuestra casa,
patrimonio y adolescencia común.
Entrar en ella, ahora en julio, no debe
suponer la
expulsión de los que la usan
y necesitan todo el año.
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Julio[Primera Semana]
Ahora se pueden contar con los dedos
de la mano las
aves todavía entregadas a la
reproducción, pero quedan los
migrantes tardíos y los prolíficos.
Entre los primeros destacan los
abejarucos, vencejos, halcones
abejeros, águilas calzadas y
las especies que sólo se instalan en
la alta montaña: roqueros
rojos, pechiazules, gorriones
alpinos, bisbitas, acentores
En la segunda categoría entran
golondrinas, aviones y
algunos paridos, que son
perfectamente capaces de reproducirse
por tercera vez en el año. Lo más
común en el panorama
ornítico es que las nuevas
generaciones anden emboscadas en las
sombras y que sólo se las note al
amanecer y al atardecer. Que se
formen los primeros grandes bandos
del año y que los
mismos comiencen a usar lugares
fijos para pasar la noche |
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Aunque
culminada ya la metamorfosis de nuestros
principales anfibios, las mermadas aguas dulces
siguen albergando gran cantidad de eventos cruciales
para sus
inquilinos. Freza en un tosco nido, que construye
con guijarros,
la escasa lamprea de río. El endémico fartet de los
salobrales
levantinos pone también sus huevos. Inicia el celo
el alburno
común.
La
norteña y escasa salamandra rabilarga se apresta a
reproducirse igualmente en estas semanas, más
llevaderas para
ella por la dulzura del clima norteño.
La
canícula anima a otros anfibios y reptiles a cumplir
con el insoslayable amor de cada especie por sí
misma.
Las salamanquesas lo hacen por segunda vez en el
año. Algunos lagartos rezagados andan también de galanteo o de puesta.
Ponen algunas culebras como las bastardas y las de
escalera, la lagartija ibérica, el verdinegro, y
nacen eslizones ibéricos y tridáctilos, estos
últimos directamente del cuerpo de sus madres, como
si fueran mamíferos.
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Sea como fuere, en la Naturaleza pasa algo mucho más
crucial que todo lo hasta aquí señalado. Como cada año
un alud de
incalculable peso se abate sobre nuestros campos. Ha
comenzado el veraneo de los humanos que, una vez
más, alcanzarán en su
tiempo de ocio hasta los últimos rincones de
costas, bosques y
campiñas. En la mayoría de las ocasiones será
una presencia dura,
con máquinas y motores potentes, ruidosa
y masiva. Frente a ella los vivos no pensantes huirán en desbandada
y nada de lo aquí contado será contemplable. El
periodo de mayor contacto anual con lo que es nuestro primer
ambiente podría muy
fácilmente convertirse en un contacto
amable, sosegante,
enriquecedor, y hasta sumamente entretenido. Basta para ello ser algo más lentos y silenciosos, usar
nuestros sentidos en
todas las direcciones posibles y permitir
que la más vieja de
las historias nos parezca nueva en su repetición cíclica. Porque en realidad cada año resulta diferente y
apasionante por necesario. Si no nos cansamos de
respirar, amar y divertimos, es sencillamente porque los
seres vivos extraemos
de la reiteración de los actos energía para la continuidad
y la exploración.
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