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La suavidad creciente de las temperaturas arranca a la
osa
de su letargo. Si ha habido suerte, tal vez lo haga con
dos esbardos
que mamaron en el silencio y la oscuridad de la cueva
hasta
multiplicar su peso por cien. A tomar los primeros baños
de sol
también salen, en la mitad sur, los lagartos ocelados.
La liebre ya amamanta a sus dos lebratos. Mientras,
alisos y sauces ya se han
vestido casi por completo de su nuevo follaje; los
robles, castaños, hayas y álamos están todavía desnudos.
Nacen los cárabos y los buhos
chicos, que son alimentados con los ratones,
topillos y patillas campesinas de las dos
primeras oleadas reproductoras de los pequeños
roedores. |
Estas últimas se convierten algunos
años en auténticas plagas que permiten unas
altísimas
tasas de reproducción de casi todos los predadores
de pequeño
y mediano tamaño. Hasta las cigüeñas y las garzas
las capturan.
Sigue incrementándose la constelación de colores: ya
tienen flor
los ruscos, y
la
hierba centella, una de nuestras más comunes y
bellas anémonas.
Florece incluso ese parásito de las jaras, el
Cytinus
hypocistis,
que remeda la bandera española a ras de tierra
casi entre las raíces de su huésped.
Como
si otra yema floral fuera,
brota la cuerna de los venados
envuelta en
terciopelo, mientras
que a las ciervas se les nota la
avanzada gestación. Igual
que a las hembras de los
zorros, comadrejas, tejones y
martas.

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