Las mismas pisadas,
haciendo crujir el desmayado traje de los árboles, aportan
una sonoridad nueva a los paisajes. En los que también
cantan algunas otras sorpresas sin voz. Entonan sus melodías
la humedad y su secuela, los hongos. No menos las bandadas
de nómadas alados, a los que grullas y gansos ponen bóveda.
Pero este es tiempo también de las voces de los grandes
mamíferos.
Abiertos a todo lo que suena y se mueve. Receptivos
a lo mucho que huele y puede saborearse. Aceptadas
las caricias de la luz suave y la humedad
fundacional, seguramente caben pocas oportunidades
más grandes y gratas para recuperar el sentido de
los sentidos que estos treinta y un días de octubre.
Sal y serás de la vida como la vida es del tiempo.
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Una de
las más felices e intensas coincidencias se
dan en nuestros montes al arrancar el Otoño
su viaje trimestral por los paisajes todavía
vivos.
Al mismo tiempo que la estación de los
colores más intensos, despega la fertilidad
de los suelos, el celo de los ciervos y la
maduración de la mayor parte de los árboles
y matorrales. Bellotas, madroños,
torviscos, moras, acebuches, castaños...
ponen a disposición de los herbívoros una
ingente cosecha. Abundancia que asegura el
cumplir con el más apasionado esfuerzo
sexual que acoge la Natura Ibérica.
Braman los ciervos al tiempo que crepitan
los reclamos de los petirrojos, una de las
aves que ponen más música otoñal en los
bosques.
Sobre todo al atardecer
y durante toda la noche, el monte retumbará
por los cuatro costados por el casi ininterrumpido
exceso de los venados. A los que a veces
oímos a 6/8 kilómetros de distancia.
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Parque
Natural de Monfragüe |
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Sonidos que acunaron a cientos de
generaciones de humanos insertos en la
cultura rural, la que conseguía que el ser
humano y la naturaleza empataran.
Esa es la esencia de uno de los mejores
inventos de la historia: la dehesa. Bosque
que es cultivado, pradería que conserva
suficiente arboleda como para que casi nada
anterior a su aprovechamiento se haya
desvanecido.
Las
gallinas corretean a las puertas de la
vivienda, parloteando casi sin cesar.
Un paisaje sonoro que
muchos evocarán como el de su propia
infancia que es precisamente un tiempo
también conservado.
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El
caserío en la dehesa |
Parque
Natural de Cornalvo |
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¿Quién no mira al cielo cuando, desde allá
arriba, caen los trompeteos de una escuadra
victoriosa de aves viajeras?
Aunque no excesivamente musicales, las
grullas emocionan en cuanto se nos cuelan en
el tímpano y en la mirada. Algo tienen, como
los mejores conciertos, que consiguen
sacarnos de nosotros mismos y hasta de este
momento en el que nos ha tocado vivir.
Es
casi un grito de libertad que, además, queda
demostrada por el hecho de que estas aves
han (demostrado) (puesto en evidencia), con
su viaje de 3- 5.000 kms que todas las
fronteras mienten. O que paisajes, situados
incluso a distancias enormes conviven a
través de estos nómadas alados.
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Las
grullas pasan |
Embalse de
Orellana / Sierra de Pela |
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Otoño
Bosque,
cuando las hojas caen |
Villuercas
- ZEPA |
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El robledo anda desnudándose. Una lenta lluvia de
hojas aumenta el abrigo de las raíces, al tiempo que la humedad
ha despertado el cosmos de los hongos. El otoño hace renacer al
bosque y a sus inquilinos.
La temperatura alcanza para que las celebren nuevos casamientos.
No entre sí, las parejas de las diferentes especies, sino de
muchos pájaros con el paisaje reactivado por el propio otoño.
Para muchos, estamos en la segunda primavera, sobre todo del
bosque templado.
Buena parte de las
especies emboscadas en los rebollares vuelven a exclamar
sus cantos completos.
Basta
algo de sol y de aires apaciguados para que la sonata del
bosque entone su tercer tempo, el scherzo.
Los solistas son carboneros, mirlos, herrerillos,
totovías, arrendajos, chochines y sobre todo petirrojos.
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